martes, 25 de agosto de 2009

UNA BOYA EN EL MAR: AFORISMOS

Ya que hablamos de silencio…:

“No rompas el silencio si no es para mejorarlo.”


Ludwig van Beethoven

                                                 Imagen boya

lunes, 17 de agosto de 2009

LOS PECADOS CAPITALES Y ALGUNO MÁS (II)

Hace algunos meses, humilde servidor prometió el primer capítulo de esta nueva sección de nuestro Faro. Y como lo prometido es deuda, y tras la introducción inicial, hablaremos del Metro. El Metro es ese lugar tan especial en el que tantos y tantos hijos de vecino que habitan Hispania entran en interacción día tras día. Se trata de un emplazamiento casi mágico, en el que uno puede pensar que quien tiene delante de las narices es una fémina, y cuando se da la vuelta resultar ser un tío que se parece a Cristopher Lambert. Es un tópico (“lugar común”) en el que fauna humana de lo más variopinto, pinta monas, fríe espárragos, y ante todo, da por culo y es dado. Como ya apunté, éste va a a representar nuestro primer banco de observación, e incluso de experimentación, en esta reflexión sobre la naturaleza humana.  Así pues, y sin más preámbulos, les dejo con la primera de las cortas entregas de este análisis.

 

METRO: El submundo

 

La flauta mágica de Bartolo, o la involución tecno-educativa.

Antes de introducirme en materia oscura, permítanme un breve recorrido por parte de nuestra historia tecnológica reciente: En 1877, Edison inventó el fonógrafo y la grabación en discos (o al menos es el inventor oficial), lo cual supuso una gran revolución por razones evidentes. Aproximadamente en los mismos años, Graham Bell inventó oficialmente el teléfono. Hasta la fecha, variados e ingeniosos sistemas de comunicación a distancia se habían puesto en práctica, pero la transmisión veloz de sonido fiel por cable trajo una nueva marea de posibilidades. En 1896, Marconi patentó la primera radio. Se trataba de un aparato inicial relativamente simple pero que cambiaría el mundo para siempre. Al igual que el uso del teléfono y otras comodidades, estos aparatos acabaron generalizándose cada vez más, hasta que acabaron formando parte de la vida diaria de millones de personas. En 1947 el primer transistor vio la luz. Éste es un hecho importante, pues supuso la posibilidad de una integración electrónica creciente en muchos campos, y definitivamente la creación de los primeros aparatos portátiles de radio, lo que curiosamente ha acabado suponiendo el fetiche de la tercera edad y las amas de casa insomnes. Finalmente, la progresiva miniaturización de los auriculares, ha permitido que cada uno pueda disfrutar de la información sonora sin molestar ni ser molestado, con lo que el ciclo se acaba cerrando, y el equilibrio del silencio vuelve a la Fuerza.

A estas alturas, el lector se preguntará por dónde van los tiros. Pues bien, el capítulo que nos ocupa trata sobre lo que humilde servidor ha dado en llamar la libertad de onda. Esta libertad se definiría como la posibilidad o libre albedrío de cada ser humano (mal comienza la definición) para hacer uso de las ondas mecánicas o incluso electromagnéticas, o lo que es mucho más importante, del silencio, o ausencia de las mismas.

Y es precisamente el Metro uno de los emplazamientos donde más importancia puede cobrar esta libertad. Es inevitable que en algún momento, todo cívico usuario de este medio de transporte se tope con algún ser hormonal, teléfono móvil en mano y música sonando a todo volumen. En estos momentos podemos constatar varias cosas; una es que suena igual que las radios de los viejos del pueblo, por mucho que a ellos les parezca muy molongo. Otra es que el círculo de equilibrio desde que el hombre comenzó a inventar formas de grabación y reproducción de señales, se ve brutalmente desgarrado, pues claramente supone una regresión en el desarrollo tecnológico. Porque el hecho de que en pleno S XXI la obra cumbre de la integración y la modernidad sea el móvil con altavoz, para que todo el mundo de nuevo pueda sufrir a su cantante cañí favorito o al rapero más irreverente (y tópico por cierto), no deja de ser una paradoja… En ocasiones, la tabarra del móvil se puede acompañar de tabarra orolaríngea, completando el cuadro – cubista-. Indefectiblemente, todo ser que no es libre, abusa de las libertades que se le conceden (para empezar, se olvida de los deberes que las delimitan). El ser que realmente es libre, no necesita hacer uso de ningún “derecho” oficial establecido como tal. Sencillamente, hace lo que debe y punto.

La mayor parte del mundo se ocupa activamente de utilizar una mitad de la “libertad de onda”, la mitad que se ocupa del yang, la que se ocupa de lo tangible, de la fuerza bruta, de lo que llama la atención. Pero pocos se ocupan de desarrollar la mitad que trata de la ausencia de todo eso, la que trata de lo que no llama la atención habitualmente: del silencio. ¿Se habrá preguntado esa gente cómo se les entendería si no utilizasen silencios, espacios, entre las palabras? El tao-te-king dice sabiamente que lo que hace girar la rueda es el espacio entre los radios, que lo que le da valor a una habitación no son sus paredes, sino el espacio que éstas delimitan. Evidentemente no se lo han planteado, y además les da igual. Y lo que es más, creen que con ello demuestran algún tipo de rebeldía o independencia. Y esto es lo que les hemos enseñado desde la LOGSE y desde la tele e Internet.

Bueno, pues ya tenemos un punto a favor de SOBERBIA y quizás de DESIDIA, pero creo que deberíamos añadir uno que no está en la lista oficial: EGOÍSMO.

En próximas entregas analizaremos más situaciones pecaminosas. Hasta entonces, este cansado farero les sugiere que intenten aprender a usar los silencios, que son de largo la parte más bonita de la libertad de onda. Que tengan un buen día si viajan en Metro.