Los crispados discursos contemporáneos sobre la sociedad sin alma, la pérdida de valores o el olvido del ser alcanzan su momento álgido en Navidad y la insatisfacción es la reacción más general y espontanea. Seguro que cada uno tiene sus buenas razones. La verdad es que cuando a uno le toca elogiar al mundo, no siempre puede decir algo inteligente o sincero. Muchos de los intentos de aliviar la pena resultan ser patéticos, frívolos o simplemente frágiles.
Pero a pesar de que en la vida hay muchas desdichas, también hay momentos buenos para quien sabe buscarlos y eso me ha infundido la energía moral para abrir una nueva sección.
Esta nueva estancia del faro, a modo de pequeño jardín, sencillo, sin cursilerías, albergará aquellas cosas hechas a la medida del hombre que constituyen la “esencia oculta de los mortales”. No es que vayamos en este rincón a pedir a la realidad más de lo que nos puede ofrecer, sino que pretendemos obtener de ella más de lo que podríamos razonablemente esperar. También habrá espacio para el pesimismo, ya que aun el más atroz e irreparable, es siempre un estímulo para la inteligencia. Ayuda a intuir dónde están los límites de lo posible.
Y puesto que toda estancia que se precie necesita un manifiesto fundacional, aquí no vamos a ser menos:
Y aunque el hombre quiera huir de sí mismo
Como de cárcel que le odia y retiene
Hay no obstante en el mundo un gran milagro:
Yo siento que toda vida es vivida
…porque el estar aquí es mucho y porque, al parecer,
todo lo de aquí nos necesita, estas cosas efímeras que de un modo
tan extraño nos incumben. A nosotros, a los más efímeros. Cada cosa,
una vez, sólo una vez. Una vez y nada más. Y también nosotros
una vez, aunque no sea más que una sola:
haber sido terrenal no parece revocable.
Qué bello es vivir: De no haber nacido
Empezaré, como no podría ser de otra forma, con la película que da nombre a esta sección.
Solemos pensar que nuestras decisiones más meditadas son siempre las más acertadas, las que nos van a traer mejor fortuna. Al menos eso pensó la Nochevieja del año 1945 George Bailey, quien empozado, descubriendo el infierno en los demás y abandonando toda esperanza se dirigió a poner punto final lanzándose a las frías aguas. Pero nada es lo que parece… lo cierto es que la vida está llena de imponderables.
A menudo se le han regateado méritos por ingenua, popular y optimista. Sin embargo la obra de Capra no es sólo de una complejidad narrativa y temporal extraordinaria, sino también de una ambigüedad pavorosa puesto que no llega a aclarar los asuntos que toca tan importantes y graves como el ser y el no ser quien se es, la memoria como algo compartido y la posibilidad de no haber nacido. Pocas veces se ha visto un horror tan puro como el que pasa James Stewart en una más de las interpretaciones de su vida: el horror de ser negado por todos y oír una y otra vez en boca de los seres más queridos: “No, no eres tú, no eres nadie, no te conozco…”
Los secundarios son de lujo: Donna Reed, Lionel Barrymore, Thomas Mitchell, Henry Travers, Gloria Grahanne y el resultado es una obra maestra imprescindible.
Su estreno estuvo próximo al fracaso: los espectadores la encontraron excesivamente pesimista y salían de las salas contrariados y turbados y pensando en sus vidas, inquietos y desazonados por el abismo a que el creador, sin ningún aspaviento, los había llevado a asomarse, y aún peor, a mirarse.
Vosotros no lo dudéis, por favor haceros con una copia y vedla, sin disimular alguna furtiva lágrima, fuertemente agarrados a alguien querido, si tenéis la suerte de tenerlo a lado. Al fin y al cabo, Dios está en los detalles…