sábado, 10 de mayo de 2008

HOSPITAL: MUNDO PARALELO III

¿Qué es la felicidad? La búsqueda de la felicidad por caminos erróneos nos lleva a la infelicidad... Es algo muy arriesgado. Eso te pasa entre otros a ti, A.

Recuerdo bien cuando nos conocimos... Tengo que confesarte que me caíste muy mal. Debes comprender que desde mi perspectiva, no eres el único al que le pasan esas cosas. Era un poco surrealista verte por ahí caminar con la sonda por todas partes, "tu novia", como la llamabas, y los numeritos con tu pobre madre - una santa, ¿verdad? -. Pero parece que alguno de los ratos que tuvimos que aguantar tu malcrianza, aparentes minutos perdidos en los que el trabajo se entorpecía, debieron de servir para algo, pues después de todo recuperaste la confianza en los médicos, perdida desde lo de tu hombro.

También recuerdo bien la segunda y tercera vez que nos vimos. Habías cambiado mucho. Fue entonces cuando me enteré de tu caída en picado, que estaba resultando ser precisamente tu camino hacia la redención. Fue entonces cuando aprendí a apreciarte y cuando aprendí a seguir tus movimientos.

Recuerdo muy bien la siguiente vez que se cruzaron nuestros caminos. Una guardia. Todo tranquilo... hasta que llegaste al final para asustarnos a todos. Venías bien jodido, te lo digo yo que te veía desde fuera. A los pocos días te hice una visitilla a Recuperación, y sé que te acuerdas aunque no me lo digas. He de decir que me esperaba algo mucho peor, sin embargo tu mejoría era una bella noticia. Al volverme, aparecías vigil y me mirabas con ojos medio sedados:

- ¿Qué tal?

- Pues aquí, tirando... - eso es lo que me transmitías con tu expresión (lo bien que se puede mientras se tiene un tubo el la boca y un respirador artificial). No me atreví a cogerte de la mano ni a tocarte.

- Venga, A., a ver si te me recuperas, que tienes que llegar al trasplante, coño - Aunque susurraba, sería más justo escribirlo entre signos de admiración.

A la semana o dos, saliente de guardia por la mañana, oí lo que no me esperaba: tu situación había llegado a un punto de inflexión. Iban a extubarte, a destetarte de la teta que te daba la vida, y a esperar lo esperable... Salí, abatido, del cuarto de médicos. Anduve unos metros hasta situarme delante de la escalera que me llevaba a tu despedida. Ante mi, las dos opciones: una escalera, o un pasillo que me llevaba a la salida, la luz y la vida. Me mantuve unos segundos pensativo, apoyado contra la curva pared. Dudé... lo hacía, no lo hacía... La súbita aparición de mi adjunta me forzó a decidirme en unas décimas de segundo ante la incomodidad que supondría el explicarle qué pintaba yo en aquella postura, en mis circunstancias. El adiós no llegó a ser.

Elegí la vida. Me fui sin remordimiento. No llego a comprender muy bien por qué lo hice. Es posible que en mi corazón ya me hubiera despedido. Es posible que en una parte de mí ya supiera que era inevitable, y que la última visita fuera el adiós inconsciente del alma. Pero tú eso ya lo sabes, ¿no, A.?

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