lunes, 17 de agosto de 2009

LOS PECADOS CAPITALES Y ALGUNO MÁS (II)

Hace algunos meses, humilde servidor prometió el primer capítulo de esta nueva sección de nuestro Faro. Y como lo prometido es deuda, y tras la introducción inicial, hablaremos del Metro. El Metro es ese lugar tan especial en el que tantos y tantos hijos de vecino que habitan Hispania entran en interacción día tras día. Se trata de un emplazamiento casi mágico, en el que uno puede pensar que quien tiene delante de las narices es una fémina, y cuando se da la vuelta resultar ser un tío que se parece a Cristopher Lambert. Es un tópico (“lugar común”) en el que fauna humana de lo más variopinto, pinta monas, fríe espárragos, y ante todo, da por culo y es dado. Como ya apunté, éste va a a representar nuestro primer banco de observación, e incluso de experimentación, en esta reflexión sobre la naturaleza humana.  Así pues, y sin más preámbulos, les dejo con la primera de las cortas entregas de este análisis.

 

METRO: El submundo

 

La flauta mágica de Bartolo, o la involución tecno-educativa.

Antes de introducirme en materia oscura, permítanme un breve recorrido por parte de nuestra historia tecnológica reciente: En 1877, Edison inventó el fonógrafo y la grabación en discos (o al menos es el inventor oficial), lo cual supuso una gran revolución por razones evidentes. Aproximadamente en los mismos años, Graham Bell inventó oficialmente el teléfono. Hasta la fecha, variados e ingeniosos sistemas de comunicación a distancia se habían puesto en práctica, pero la transmisión veloz de sonido fiel por cable trajo una nueva marea de posibilidades. En 1896, Marconi patentó la primera radio. Se trataba de un aparato inicial relativamente simple pero que cambiaría el mundo para siempre. Al igual que el uso del teléfono y otras comodidades, estos aparatos acabaron generalizándose cada vez más, hasta que acabaron formando parte de la vida diaria de millones de personas. En 1947 el primer transistor vio la luz. Éste es un hecho importante, pues supuso la posibilidad de una integración electrónica creciente en muchos campos, y definitivamente la creación de los primeros aparatos portátiles de radio, lo que curiosamente ha acabado suponiendo el fetiche de la tercera edad y las amas de casa insomnes. Finalmente, la progresiva miniaturización de los auriculares, ha permitido que cada uno pueda disfrutar de la información sonora sin molestar ni ser molestado, con lo que el ciclo se acaba cerrando, y el equilibrio del silencio vuelve a la Fuerza.

A estas alturas, el lector se preguntará por dónde van los tiros. Pues bien, el capítulo que nos ocupa trata sobre lo que humilde servidor ha dado en llamar la libertad de onda. Esta libertad se definiría como la posibilidad o libre albedrío de cada ser humano (mal comienza la definición) para hacer uso de las ondas mecánicas o incluso electromagnéticas, o lo que es mucho más importante, del silencio, o ausencia de las mismas.

Y es precisamente el Metro uno de los emplazamientos donde más importancia puede cobrar esta libertad. Es inevitable que en algún momento, todo cívico usuario de este medio de transporte se tope con algún ser hormonal, teléfono móvil en mano y música sonando a todo volumen. En estos momentos podemos constatar varias cosas; una es que suena igual que las radios de los viejos del pueblo, por mucho que a ellos les parezca muy molongo. Otra es que el círculo de equilibrio desde que el hombre comenzó a inventar formas de grabación y reproducción de señales, se ve brutalmente desgarrado, pues claramente supone una regresión en el desarrollo tecnológico. Porque el hecho de que en pleno S XXI la obra cumbre de la integración y la modernidad sea el móvil con altavoz, para que todo el mundo de nuevo pueda sufrir a su cantante cañí favorito o al rapero más irreverente (y tópico por cierto), no deja de ser una paradoja… En ocasiones, la tabarra del móvil se puede acompañar de tabarra orolaríngea, completando el cuadro – cubista-. Indefectiblemente, todo ser que no es libre, abusa de las libertades que se le conceden (para empezar, se olvida de los deberes que las delimitan). El ser que realmente es libre, no necesita hacer uso de ningún “derecho” oficial establecido como tal. Sencillamente, hace lo que debe y punto.

La mayor parte del mundo se ocupa activamente de utilizar una mitad de la “libertad de onda”, la mitad que se ocupa del yang, la que se ocupa de lo tangible, de la fuerza bruta, de lo que llama la atención. Pero pocos se ocupan de desarrollar la mitad que trata de la ausencia de todo eso, la que trata de lo que no llama la atención habitualmente: del silencio. ¿Se habrá preguntado esa gente cómo se les entendería si no utilizasen silencios, espacios, entre las palabras? El tao-te-king dice sabiamente que lo que hace girar la rueda es el espacio entre los radios, que lo que le da valor a una habitación no son sus paredes, sino el espacio que éstas delimitan. Evidentemente no se lo han planteado, y además les da igual. Y lo que es más, creen que con ello demuestran algún tipo de rebeldía o independencia. Y esto es lo que les hemos enseñado desde la LOGSE y desde la tele e Internet.

Bueno, pues ya tenemos un punto a favor de SOBERBIA y quizás de DESIDIA, pero creo que deberíamos añadir uno que no está en la lista oficial: EGOÍSMO.

En próximas entregas analizaremos más situaciones pecaminosas. Hasta entonces, este cansado farero les sugiere que intenten aprender a usar los silencios, que son de largo la parte más bonita de la libertad de onda. Que tengan un buen día si viajan en Metro.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Pero bueno...encima que esas pobres criaturas no se están destrozando los oídos con los auriculares a toda pastilla y quieres que se los pongan otra vez...XD
Aunque la Constitución recoge en Título I, art 10.1 que: "La dignidad de la persona, los derechos inviolables que le son inherentes, el libre desarrollo de la personalidad, el respeto a la Ley y a los derechos de los demás son fundamento del orden político y de la paz social.", como va a ser muy difícil que lo convenzas antes de la próxima parada, te recomendaría que hicieses caso a lo que dice el JEET KUNE DO sobre esto: "En el caos busca la simplicidad y en la discordia la armonía", así que, en armonia "Mantén siempre la mano adelantada con un leve movimiento para iniciar el ataque con facilidad" y propiciale un placentero sueño al cenutrio que tienes al lado.
Por cierto, ¿qué es eso de que lo que hace girar la rueda es el espacio que hay entre ellas?, joder, a ver si voy a estar usando la bici mal y por eso pincho tanto.

Anónimo dijo...

Me acabo de dar cuenta...algo falta en el blog...hmmm...¡EL SNAPSHOT!!
NOOOOOOOOO!! DIOS MÍO!!! PERO QUÉ HAS HECHO !!
CÓMO HAS PODIDO HACERLO, CÓMO HAS PODIDO HACER CASO A ESO PERRACOS, QUE NO INSTALAN EN SU ORDENADOR LO QUE HAY QUE INSTALAR.
Con esto queda claro que en este faro habitan malandrines 2.0 y mozilleros huevones, pagados por Steve Jobs amantes del hardware y software vacuo de esa compañía.
No quiero dar nombres, porque sabeís de sobra quienes sois, simplemente deciros que sois unos terroristas espantauvas, y que no vais a vencer al Imperio.

QUE OS DEN POR EL EDÉN.

alberto dijo...

Todos hemos visto los dibujitos en los trenes del metro aconsejando que le cedamos el asiento a la viejecita o a la embarazada. No sé si los habrán actualizado por aquí pero recuerdo que en Londres había carteles 2.0. Con lindos moñigotes pedían bajar el volumen de los auriculares (siendo éste otro individuo digno de estudio, con los cascos puestos pero poniéndole banda sonora al vagón entero) o desaconsejando el uso del altavoz del móvil, o no hablar a gritos por el mismo. Hasta campañas en la tele hubo. Ojalá se de algo parecido por aquí, aunque quizás seamos demasiado liberales para tratar de educar a los chavales.

Recuerdo en un autobús londinense a un tipo soltándole la regañina de su vida a un grupo de niñas. Aunque claro escucharlas hablar a gritos -sobre el ruido de la música, canciones de letra con dudable contenido didáctico- sobre la técnica y el equipamiento sexual de sus novios de 13 años era a partes iguales pertubardor y revelador, nací en el país equivocado, me decía.

Total, que lo de la libertad de onda me ha gustado, la próxima vez que vea a un salvaje del altavoz me tiraré un pedo y esgrimiré el concepto en defensa del arte del pedo y mi individualidad, porque no hay dos pedos iguales. Además si voy en metro le recitaré al producto de mi libertad: come on baby, fly away, travel light, travel fast, spread my smell, spread my word, this is me, here I am.