La historia de L (hace 1 mes).
Yo estoy entre acojonado y triunfal, porque acabo de evitar que un hombre literalmente se desangre por el culo. Es la primera vez que he tenido que decidir yo solito en un caso de urgencia. Yo solito, porque en una habitación cercana, L, un viejo conocido, está realmente malito. Toda la atención de mis R mayores ha ido a él, porque no están muy seguros de cómo manejar eso que le está pasando en estos momentos. Ni siquiera están muy seguros de qué es eso que le está pasando en estos momentos, aunque al menos le han logrado estabilizar. Recuerdo cuando por fin se fue del hospital, y cuando a los dos días me lo encontré con su madre en la puerta de Urgencias, en una guardia francamente desagradable, vomitando bocanadas de sangre.
Me paso a verle. No sé si es un acierto o un error. Su hermana está con él.
- ¿Qué tal andamos, L?
- Bueno, pues no muy bien, la verdad.
Tras una breve conversación, me viene la preguntita. La que ya había olvidado que él suele hacer:
- Oye, ¿y tú cómo me ves? – El soniquete de su voz estrogenizada me atraviesa de oreja a oreja… ¿Qué te digo exactamente, L?, ¿te digo que estás hecho una mierda? ¿Te digo que no estamos seguros de qué narices te pasa ahora mismo? ¿Por qué tienes la costumbre de preguntarme eso sobre todo en las situaciones en las que no me estoy ocupando personalmente de ti, y sobre las cosas que yo aún no sé por mi inexperiencia?... ¡Pero tampoco puedo mentirte! -
- … Pues hombre, ya estás estabilizado, te han puesto la bomba de dopamina… estás mejor. Vamos a aguantar un poco, ahora que te la hemos quitado, a ver qué tal… - Parece que hemos salido del atolladero medio decentemente…-
Hace poco lo he comprendido, L. Ya sé por qué nos hacías esas preguntas. Ahora lo sé. Eran porque querías vivir. Necesitabas motivos, necesitabas esperanza… pero es bastante difícil inventar salidas adecuadas sin mentir, ¿sabes?
Le miro la tensión… Tensos instantes de espera, que para él deben de sentirse como la suspensión momentánea del transcurso del tiempo, y sobre todo para su hermana. La tensión sigue por los suelos. Menos mal que he tenido la precaución de darle la vuelta a la pantalla antes. Pero su hermana sí conoce la verdad. Y entonces, otra vez la preguntita:
- Oye, ¿cómo está la tensión? – Esta vez me cuesta un poco reaccionar, y su hermana se me adelanta:
- Mejor.
- ¿Mejor? ¿Y tú crees que salgo de ésta? – Esta pregunta me trae a la memoria otra muy parecida que me hizo hace dos meses y medio, y cuya respuesta me dio quebraderos de cabeza durante días –
- Pues claro que sí, si ya estás mejor. Te vas a poner bien, ¿a que sí? – Me pregunta de manera cómplice su hermana –
Esto me pilla por sorpresa. ¿Por qué me dice eso? Odio que las muestras de esperanza se construyan a base de mentirijillas. Odio mentirle a alguien en algo realmente importante. Y ahora no me habéis dejado opción, me veo obligado a hacerlo:
- Sí… - Menos creíble que un discurso de Chávez, pero al menos el de Chávez se lo creen sus seguidores… aunque reacciono y consigo retorcer la realidad de manera meridianamente convincente con algún argumento sólido que no merece la pena transcribir-.
Una semana después me paso a verle antes del puente. Yo estoy asignado a otros pacientes, por lo que sólo sé de su mal pronóstico a través de lo que me voy enterando por mis R mayores y lo que voy leyendo de los evolutivos. Entro en la habitación. La cortinilla de separación entre camas está echada: mal asunto. Sus dos hermanos, viejos adversarios de L sin duda en el pasado, se encuentran a sendos lados de la cama, cogiéndole de sendas manos. La morfina está empezando a hacer su efecto en un paciente agonizante, con una facies absolutamente dantesca (e hipocrática). Me acerco y le cojo de la mano, que muy amablemente deja de aferrar su hermana. Me acerco a su cara mientras le cojo del hombro:
- Hasta luego, L... – Me hubiese gustado decirte más cosas antes de irme, pero no puede sonar a que sé que te estás muriendo, porque no estoy seguro, y además no quiero hablar así delante de tus hermanos -.
Jamás olvidaré tu cara de esta tarde, L. Menos mal que una de las personas más admirables que conozco se encuentra hoy de guardia de planta. Te dará una muerte digna.
1 comentario:
Al margen de nuestras típicas peleas, creo que he de hacer un paréntesis en nuestra particular batalla de cariñosos insultos para sinceramente asegurarte que te admiro (y este comentario se extiende a cualquier médico que se tome en serio su profesión, como tú bien haces).
A pesar de que el sueño de mi abuelo era que yo me hiciese médico, desde muy pronto supe que no estaba hecho para eso. Y es que creo que hay que estar hecho de una pasta especial para trabajar día tras día en un lugar a donde sólo va la gente cuando tiene que luchar contra la enfermedad y a menudo la muerte.
Por suerte para vosotros, y a pesar de saber que la guerra contra la muerte está perdida de antemano desde el día que nacemos, la alegría de ayudar a alguien a que le gane una batalla seguro que no tiene precio.
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